Fotografia firmada del Medico de los Pobres de Llanes Espana
Proximo Beato
Jose Sordo Alvarez

José Sordo Alvarez nacio en Llanes el 7 de marzo de 1885, en el barrio del Cuetu. El arrabal era por aquel entonces la sala de máquinas de la villa y un enclave en el que «no había pobres ni ricos», según palabras de Cayetano Rubín. Las mujeres atendían numerosos telares y los hombres se ocupaban en diversos talleres de forja, fragua y cantería, así como en los molinos que aprovechaban el caudal del Carrocedo.

Estudió con seglares en el colegio de La Encarnación y acudió como alumno interno al Inmaculada, de Gijón, para licenciarse en Medicina por la Universidad de Santiago de Compostela.

Ejerció en Llanes, lugar del que nunca se ausentó, dedicado a atender a sus enfermos y de manera preferente a los más necesitados. Dotó su consulta de adecuado equipamiento instrumental para aquellos años de calamidades económicas y familiares. Atendía a pacientes muy pobres, cobraba poco o nada, les facilitaba los medicamentos a su costa y hasta dejaba dinero encima de la mesita, o bajo la almohada, para que pudieran comer.

Fue director del Laboratorio Municipal; presidente de la Junta Local de Sanidad; vocal del Colegio de Médicos; forense; médico de la Cofradía de Pescadores y, a título gratuito, del Asilo de Ancianos. Con 33 años, el día 31 de diciembre de 1918, se le designó presidente del Casino por aclamación, y también presidió la Junta de Acción Católica y la Conferencia de San Vicente Paul, entidad considerada como antecedente de Cáritas. Hasta ocupó el cargo de concejal.

Sus contemporáneos le describen dotado «de personalidad con luz y destellos bien definidos». Sinforiano Oves comentaba que «nunca hubo en Llanes persona tan respetable, querida y admirada como José Sordo», y el cura Rodobaldo Ruisánchez sostiene que era «un hombre probo, competente, misericordioso y sobre todo un santo, que vivió querido y admirado, al tiempo que pasaba desapercibido».

De talla mediana, bromista con matices de bondad diáfana y alejado de las tertulias bulliciosas, se le consideraba hombre de derechas y de pública manifestación religiosa. A pesar de ello, durante la guerra civil nunca fue molestado por los partidarios de la República, con mando en Llanes desde el 18 de julio de 1936 hasta el 5 de setiembre de 1937. Nadie se metió con él y hasta fue protagonista de un caso insólito en un país en el que eran frecuentes la cárcel, los trabajos forzados, las delaciones, las requisas, los vejámenes y la muerte.

En ese periodo, el llamado Comité de Guerra de Llanes le concedió un permiso especial para visitar pacientes y hasta para llevar auxilio espiritual a enfermos terminales. Acudía acompañado por un fraile agustino, de nombre Fidel, y debía pedir permiso para cada caso concreto y desplazarse bajo su exclusiva responsabilidad.

Como médico se le valoraba «pericia en el diagnóstico y buen ojo clínico». Su filosofía era la de «curar y cuidar», hasta el punto de que «tiraba del enfermo hasta donde podía, tratando de evitar traslados a hospitales y operaciones quirúrgicas entonces dudosas y onerosas», según precisó Rodobaldo Ruisánchez, su principal valedor en el proceso de beatificación.

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